martes, 13 de septiembre de 2011

Esos sabios consejos de madre

A raíz de una trivial charla, de esas que te hacen reír a carcajadas pero que te conducen a nada, vino a mi memoria una tibia escena guardada en esos rincones de la memoria, de las veces que en calidad de consejera (o en su afán por molestar) mi madre con insistencia casi burlesca me decía: “Cámbiate calzones todos los días, no te vayan a pillar con uno sucio”, “Cámbiate calzones y así evitarás vergüenzas” , “Cámbiate calzones que es importante hacerlo”,“cámbiate, cámbiate, cámbiate”
Aclaro que estaba demás la recomendación y aún así me quedó absolutamente grabado. Pienso que eso era muy típico de las madres de nuestra generación, algo metiches quizás, pero sin embargo bastante certeras en sus dictámenes, incluso en cosas tan prolijas  como ropa interior limpia. Quizás por ello, conforme pasa el tiempo, voy eligiendo esas prendas con  mucho más cuidado, como si estuviera siempre lista para una gran noche.
Seguí cavilando en base a lo mismo...
Muchos hablan de que la sociedad es machista, que las mujeres vivimos preocupadas de detalles innecesarios, que el envase es lo de menos  y  lo realmente importante es lo que va por dentro (de acuerdo, hay algo de cierto en eso) y aún así, me daba vueltas, sobre todo el descuido que tienen de sí misma aquellas que ya “han conseguido lo que quieren”: Un marido. Según sus palabras, hay otras responsabilidades, otros asuntos que atender, otras actividades que las mantienen ocupadas en cosas que una soltera “no entendería”. En ese instante me acordé de lo cierto del festín que hizo Coco Legrand en Viña con el sexo femenino y de  la conclusión que nos dio su show: Que las mujeres nos preocupamos de nosotras solo para determinadas fechas.
Y es cierto, yo que soy tan poco dada al maquillaje y a los costos que genera darte una manito de gato en algún centro de belleza, peluquerías o derivados, me vi a mi misma (y gracias a la cámara de mi amiga) sentada con los ojos cerrados y confiando en el resto de los sentidos, con un adhesivo pegado en las pestañas durante una hora para obtener una ondulación que duraría unas cuantas semanas. Y no solo eso, ridiculizada frente al espejo con unos parches pegados en las cejas para darles forma y fijarlas. Todo, para ir a un matrimonio (uno importante hay que decirlo).
El resultado fue bueno, me sentí más bella de lo que soy, quizás más segura de mi misma y confiada, satisfecha, incluso más coqueta. Raro pero cierto. Y aquí las palabras de mi madre cobran el sentido que hasta ahora veía oculto. Cambiarse calzones no es otra cosa que decir: No te descuides.
No digo que debemos invertir una montonera de dinero en cosas tan superficiales como la apariencia, ni volvernos tan  locas como para cirugías o para andar a diario con pestañas postizas, rellenos en los sostenes, extensiones de pelo, taco alto todo el día (según nosotras para estilizar piernas), maquillaje perfecto, tenida de fiesta y tantas otras cosas. No. Digo que es muy cierto que lo natural es bello, pero no es agradable que levantes el brazo para tomar algo y ver una maraña de pelos con el cual te podrías tejer un suéter. Tampoco es grato ver el esmalte de uña gastado, los “cañones” asomándose por el área del bigote, cejas y bikini. Y peor,  andar por la vida con un aire conformista porque ya estás casada y con eso creer que se ha logrado todo. No pué, si de la misma forma que a las mujeres nos encanta presentar y lucir a un individuo frente a las amigas, ya sea como pareja, pololo, novio o marido (quizás por el miedo al qué dirán de tu soltería, y esas “cosas de minas”), a ellos también les gusta un poquitin de preocupación de nuestra parte, un eterno pololeo como dicen las abuelas. Mejor aún, hacerlo por nosotras mismas más que por complacer a otros. Es cuidarse un poco más.

Sé que no va a faltar quien diga que es un tanto machista todo esto, además que pareciera estar de moda andar por la vida oponiéndose a todo concepto o idea estética porque de plano va contra lo natural. Respetable pensamiento pero la verdad, no lo comparto, porque la cosa es bien simple:

Hay que cambiarse los calzones.